El Calafate, al servicio del turismo extranjero

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Creo que es algo que le sucede a la mayoría de los mortales: hay viajes inaugurales que se realizan una sola vez en la vida, por lo general cuando uno tiene más de 20 años. Después uno puede volver una y otra, y otra pero nunca será la misma experiencia.

Y eso sentí al transitar por las calles de El Calafate. No fue una sensación de tristeza sino de simple asombro ante los cambios de esta ciudad de la Patagonia. Cambios propios y ajenos. La madurez de mis 30 calzó a la perfección con el crecimiento de este lugar, y si años atrás me esperaba un hostel perdido en medio de una calle perdida esta vez me alojé en un cómodo hotel con jacuzzi en la habitación.

Precisamente, hacia ese público apunta el turismo de El Calafate. Quizá por eso la ciudad ha dejado de ser un pueblo sencillo con calles de tierra para transformarse en una villa urbana con una oferta de confortables hoteles para todos los gustos. Hay una única razón por la cual los inversores tienen la mirada puesta en El Calafate: está muy cerca del Parque Nacional Los Glaciares, el hogar del famoso Glaciar Perito Moreno, ese mole de hielo gigante que casi podemos palpar mientras lo observamos desde la pasarela.

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En cuanto a la ciudad, es el centro urbano más cercano al parque, y es por eso que en la última década se ha transformado en la sede natural de los turistas que desean conocer las bondades de este magnífico glaciar de 275 km2 de superficie que cada cierta cantidad de años rompe causando un rugido estremecedor.

A pesar de que los locales acusan al intendente de un conjunto de fallas elementales que impiden un correcto crecimiento de la ciudad –caños que se congelan en invierno, Internet a muy baja velocidad, problemas con el abastecimiento de gasolina y con el crecimiento urbano, etc- El Calafate es una ciudad muy agradable para pasar unos días. Eso sí, aún no tiene el desarrollo de algunos otros centros turísticos y quizá esa sea una limitación para quienes sueñan con encontrar un lugar con una intensa actividad nocturna adonde salir de marcha.

Es uno de esos sitios en donde vale la pena descansar, caminar sin rumbo, descubrir la belleza de la costa del Lago Argentino o bien tomar un respiro y sólo sentarse en un bar para saborear un delicioso chocolate mientras de fondo se escucha una pieza de jazz. La avenida principal ha crecido de la mano de un conjunto de coquetos bares, restaurantes y tiendas comerciales, todas ellas con la típica decoración alpina que de alguna manera confunde al turista, que ya no sabe si está en la Argentina o en Suiza, tal vez Austria o Alemania.

Lo cierto es que éste vuelve a la realidad cuando encuentra esas pizarras que expuestas en la vereda anticipan los soberbios menús locales con delicias como cordero patagónico, chutney de frutos del bosque o solomillo de cerdo. A la hora de comer, os invito a un lugar que a su vez me recomendó un buen hombre que atendía un almacén de rubros generales. Se llama Pura Vida y está situado sobre la avenida del Libertador pero pasando la zona más céntrica (Av. dle Libertador 1359). A escasos metros del lago, este restaurante se esconde detrás de una fachada de madera y allí podéis probar platos caseros, es especial aquéllos a base de carne, pescado y pastas. Dicen que es de lo mejor de la ciudad y eso pudimos comprobar pues las porciones son generosas y cierto sabor hogareño tiñe a estos manjares locales. Quizá valga la pena elegir este reducto gastronómico en lugar de otros con más promoción aunque menos personales como la red Casimirio (Av. del Libertador 993 y 963), que cuenta con dos establecimientos uno muy pegado al otro en pleno centro de la ciudad en donde se elaboran platos a base de carne.

Otro de los grandes recomendados es La Tablita (Coronel Rosales 28) , un restaurante muy conocido que tiene su sede en Buenos Aires aunque en forma de fiambrería. En la capital es un clásico de la ciudad y algo similar sucede en El Calafate, tal vez por eso sus precios son elevados. Allí podéis degustar todo tipo de fiambres y su punto fuerte es la parrilla, con cortes tradicionales argentinos y la especialidad de la casa: cordero patagónico (que, por cierto, es la especialidad de casi todos los restaurantes de la ciudad).

Si hablamos de alojamiento, la oferta de hoteles en El Calafate es tan amplia que hay opciones para todos los gustos. Hay cabañas discretas construidas a pulmón por algunas familias que atienden a sus huéspedes mientras viven en la casa de al lado hasta magníficos complejos como el Design Suites, un hotel boutique situado en las afueras de El Calafate, sobre las península de Nimes y con vista panorámica al Lago Argentino. Por lo general, los que están alejados de la ciudad son los más caros debido a su exclusividad y así es como además de las comodidades básicas funcionan a modo de resort, con servicio de spa y demás actividades.

Los precios de El Calafate por lo general son caros tanto en lo que hace a la gastronomía como a la hotelería, algo que se puede palpar al ver las cartas en inglés. No es para menos, todo está pensado para que el turismo extranjero aproveche los beneficios del cambio de moneda, algo que a su vez deja entrever la estrategia comercial de esta ciudad: el turismo es la fuente de trabajo de la mayoría de sus habitantes. Y nadie mejor que ellos para aprovechar con inteligencia las gracias locales y su estratégica ubicación. Porque más allá de sus bonitos hoteles de lujo (que son muchos y de lo más variados), sus cabañas, sus souvenirs, sus cuidadas tiendas y su amabilidad reinante de alguna manera El Calafate es la entrada para lo que será el plato principal del soberbio menú de la Patagonia: una visita al soberbio glaciar que a unos pocos kilómetros de distancia se impone ante la mirada atónita del turista.

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