Llegando a El Calafate, la ciudad de los glaciares
Finalmente llegábamos. Una sensación extraña nos embargaba, la adrenalina corría por el cuerpo la tarde en que cruzábamos los últimos 300 kilómetros que separan a la ciudad de Río Gallegos del primer destino turístico de nuestro viaje emprendido unas semanas atrás.
Para llegar a El Calafate, la ciudad de los glaciares, hay que atravesar la Patagonia. Y esto en forma literal pues si la ruta 3 bordea la frontera occidental de la Argentina de norte a sur el camino que conduce hacia esta pequeña ciudad situada entre montañas corta en forma perpendicular a la región patagónica internándose en el extremo sur de la Cordillera de los Andes. Así es como al llegar a la rotonda cercana a Río Gallegos hay dos opciones: a la izquierda, la capital de Santa Cruz, a la derecha El Calafate. Y hacia allí emprendimos el recorrido, 306 km de distancia nos separaban de los glaciares.
La última vez que había estado en El Calafate fue en el año 1997. Por entonces, el flujo de turistas era sensiblemente inferior y la ruta aún no estaba asfaltada, lo que significaba un viaje de cinco horas por un camino desértico de ripio con el viento azotando a toda velocidad. Todo fue diferente ahora, demoramos apenas dos horas en atravesar la Patagonia de este a oeste pues a esa altura el territorio se vuelve delgado, como la cintura de una bailarina.
Eso sí, hay una sola estación de gasolina durante todo el trayecto por lo que debéis aseguraros de tener el tanque lleno pues el clima local no siempre permite que los camiones de abastecimiento lleguen a las estaciones, algo que vivimos en carne propia unos días después.
El primer indicio de que falta muy poco para llegar es el Lago Argentino, maravilloso espejo de agua que cuando está de humor deja entrever un color turquesa que eclipsa la mirada. Para llegar a la ciudad hay que bordearlo pues El Calafate está ubicada sobre la margen sur de lago. Es entonces cuando uno descubre su inmensidad pues habrá que recorrer unos cuantos kilómetros con el lago sobre la izquierda de la ruta antes de llegar a la entrada de la ciudad, marcada por un pórtico de piedra oscuro en donde uno debe registrar el número de documento de identidad y el coche.
Antes de arribar, el turista divisará el aeropuerto, situado sobre una pequeña colina y algunas construcciones perdidas, en su mayoría hosterías y cabañas aisladas que ofrecen un paisaje singular desde sus grandes ventanales: vegetación desértica, colores verdosos, plantas opacas, la estepa patagónica en toda su dimensión. Por el contrario, El Calafate es un pequeño oasis entre tanta crudeza, algo que se anticipa apenas uno traspasa el umbral de esta encantadora ciudad.
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